Hace tiempo que no estás
pero vivo de la ilusión
que un día te viera
aparecer en la ventana de mi ánimo
como un terremoto de fresca hiedra
trepando con alegría
por los grises muros de la ausencia.
Una mirada oportuna
a la mágica palabra del destino
que interpuso en nuestras vidas
confidencias, cariños y silencios.
Un día si y otro también
agazapados en la sombra
buscamos la mirada y encontramos el alma.
Irreverente destino
que un día da y otro quita
sin contemplar tibiezas
que amargan las horas del olvido.
Aún entiendo el porqué no entendía nada,
a pesar de saber
de la sinceridad de tu palabra
y tenerte cada día
en los brazos de la media noche
mientras con angustia
abrazaba fuertemente mi almohada.
Y allí estabas,
arrogante y serena
tierna y enérgica...
sin concesiones;
o me tomas o me dejas.
Poco a poco fuiste abriendo
un canal en mi desierto
por dónde fluía el frescor
de un alma hermana
que se acerca con cariño
al erial de la nada.
Y nunca te lo dije
pero ya entonces lo pensaba.
Y al ver tu nombre escrito
se me sublevaba el alma,
me llenaba de regocijo
y desaparecía la pena
para llenar de júbilo la noche
entre palmas...
Complicidad, silencios y distancia,
así era la fuerza
que un día si, un día no
se acercaba a nuestras almas.
Y no entendía el porqué
y a veces no lo aceptaba.
Quería una claridad
que no podías darme
porque no la conocías,
pero allanabas mi camino
con tu serena calma.
Y pasaron días y meses
sin poder decir que hoy
fue mejor que ayer,
sin reparar en la distancia;
aceptando los momentos
que poco a poco se alejaban,
sabiendo que ya es historia
el lugar que ocupas en mi morada.
No me arrepiento de nada,
no pienses que lloro ausencias,
tú sabes que no es eso.
Es la angustia de verte pasar
frente al espejo
y no poder ver el fondo
de tu mirada.
Quizá lo que un día nos unió
nos separe en el futuro,
porque nos unió la distancia.
La misma distancia que abre puertas
frente a largos caminos de ausencia
y que lleva corazones
de zozobra, lágrimas y penas.
Pero que es capaz un día
de llegar a ser minúscula
a los ojos que se encuentran
tras tiempos de añoranza.
¡Qué poco vale entonces la distancia!
Hasta es grato recordarla.
Pero eso sólo ocurre
cuando ves acercarse el día
en que puedas superarla.
Día incierto, día de nervios,
que deseas que llegue, con miedo
a ver realizado un sueño
que no sabes si es mejor
seguir soñando, que verlo hecho.
Poder sentir tus ojos
a través de la palabra
y viajar entre nubes de algodón,
trémula la mirada,
por esos mundos de colores
de los que tanto me hablas.
Rozar montañas lejanas
para abordar las aguas claras
de tu mar...
Ese mar que te da vida
con su luz, su viento y su agua.
Acompañarte entre olas amigas
que no mojan si estás cerca,
con tu mano entre la mía
y a lo lejos oír la brisa
que ondea entre tu pelo
para besarte tiernamente en la cara.
Es tu luz, es tu mar, es tu playa;
en verano calma
cómo calma es tu sonrisa
cuando cierras los ojos y te abrazas
a la brisa juguetona
que sobre las olas corre,
presurosa, a tu encuentro
para tomar de ti la vida
que ofreces gustosa
a su cálido aliento.
Y aún así, volver atrás la mirada
contemplando el rastro de tus pisadas,
pequeña huella en la arena
que marca senda feliz
entre dunas, conchas y olas,
haciendo camino seguro
a cobijo de tu sombra.
Ese pequeño pié
que atravesó abruptos pedregales
con determinación y firmeza
sin importar la herida,
para curar otros llantos.
Llantos de mar que un día llegaron
reclamando atenciones
para volver a la luz que da vida.
Y contar con mi oído
y la complicidad debida,
para entender poco a poco,
la razón de tu luz
ante nubes pasadas
que amenazaban tormenta.
Pero como siempre vuelve
apareció completa.
Llena de dudas amargas
con tintes de disculpa,
de tirar toallas,
de esconder la cabeza debajo del ala.
Y lograste tumbar mi alma.
Vi derrumbarse castillos de arena,
amenazantes olas negras
aplastaron las murallas
y no dejaron piedra sobre piedra.
Herido de gravedad
no encontraba consuelo en el alma
que curase tanta herida
sin encontrar tu palabra...
Y el silencio se hizo eterno,
día a día, minuto a minuto,
se hizo mayor la angustia
que empañaba mi mirada.
Negras sombras me rodeaban
y no sabía que hacer
con mis vacías manos
en los bolsillos del alma.
Y así llegó mi mañana
con la cara ennegrecida
por surcos de sarcasmo,
mientras mis ojos huidos
buscaban sujetarse en algo.
Y tras la tempestad, la calma.
Apareció la luz muy de mañana
con una amplia sonrisa en los labios,
perlas sobre rosas...
tímida golosina azucarada.
Me hablaste de paciencias,
de perseverancias...
y nombraste dudas y tormentos
que tu corazón llenaban.
El sol no hiere la mañana
y menos a un alma que tiembla
al verse tan cercana.
Hay miedos de noche
que tiritan de madrugada
ante vientos de galerna
en un alma arrugada.
Frente a ti viste estrellas
que mostraban el camino
de luceros plenos de cariño
que bordeaban los senderos
guiando al abrazo amigo.
Aceptaste recogerte en ellos...
Y a la puerta de tu casa
junto al sol de mediodía,
me cuentas historias de nubes
que buscan ardientes soles
para subir, condensarse y llover
sobre la cabeza de esta niña
que a pesar de lo que digas,
aún llevas dentro...
Y me llevas de la mano
a subir la duna de tus sueños
donde sólo hay arena, pinos y mar,
paz, sosiego, calma y anhelo.
Y sin estar contigo, estoy.
Sin poder verte, la mejilla te beso
sonriendo, mientras aprieto tus dedos
entre los míos,
durante mucho... mucho tiempo.
No volver ya la vista atrás,
obtener confianza en el futuro
que alienta la tibieza
de ese ser tan querido
que llevas dentro...
Repasando cada día de la vida
sin ánimo de revivir angustias
pasadas, ni malos equipajes
que antes nos llevaron
por caminos abruptos, torcidos
y nunca deseados...
Sentir que florece la nueva esencia
que marca un común destino
de distancias superadas
y vivir en armonía, en concordia
con los brazos abiertos
a la clara llamada
que el grito del alma querida
sabe hacer llegar a nuestro oído.
Escuchar, siendo cauto,
sin juicio ni prejuicio
que empañe la dulce mirada
desprendida cada día
desde lo alto de tu ventana.
Tener fe en que, aunque lejos,
puede estar cerca el día
de tenerte entre los brazos
y que asalten nuestra mente
esas nuevas sensaciones
que tanto miedo nos han dado
a veces... sólo a veces.
Y el roce de los labios
y la escasez en la palabra,
y la emoción contenida,
y la lágrima que resbala.
Todo ello en un instante
de magia recuperada.
Es entonces cuando desaparecen
infiernos carentes de valores
para abrir a tus pies los cielos
ricos en flores de azahar, rosas
y mieles...
Llegará el sol de madrugada
llenando de luz el sendero
que nuestra vida reclama
para poder acudir, juntos,
por una vez, al nacer de una mañana.
Y posar con las flores
en la fotografía del alba...
Mírame a los ojos,
abre al mundo tu esperanza,
aunque lejos, estoy cerca
y quiero amoldarme a tu esencia,
no dejar que entre almas
pase el más leve aire
que separe momentos.
Como los labios en los besos,
capaces de tomar formas diferentes
para no perder el contacto
con el labio ajeno.
Como los cuerpos en el abrazo
que se entretejen y aprietan
temiendo que algo los separe.
Como la playa y las olas
con su rítmico movimiento...
Poder así unirme a tu alma
tomar tu forma, vivirte,
respirarte, hablarte, sentirte...
Sentimientos al aire
que no por esperados,
vienen carentes de miedos,
azules, como el cielo,
tibios, como la mañana,
pero sinceros y enteros.
Habrá días de alegría
otros, sentirás penas,
y quisieras, en un arrojo de vida,
desprendida de mentales vestimentas,
lanzarte a la vorágine entera.
Conseguir trepar la inteligencia
para, abandonada en los llanos del alma,
ser feliz...
Con los ojos cerrados, el pelo al viento,
despeinado.
Dejando que el sol matice
ceda recoveco de tu piel,
tus pestañas, tus cejas, tus labios,
tus besos...
buscando el hondo sentido
que cada palabra tiene
cuando te la trae el aire
desde la boca que te quiere
hasta lo más profundo de tu cuerpo.
© José Alberto de Quintana de León
2003