De entre los sueños - José Vicente Pascual
A Javier Benedicto nunca le dijeron que tenía cáncer. Sus hijos, en quienes confiaba ciegamente, sobre todo en el tercero de la nómina, médico y por ello autorizado para mentir piadoso sin que él sospechara, le contaron que aquellas molestias no eran sino achaques gástricos de poca importancia. Cuando lo operaron y le extirparon el recto y le pusieron una bolsita de plástico en el costado para que pudiese defecar, le dijeron que se trataba de una medida preventiva, que en unos meses le reconstruirían debidamente el culo y todas sus partes. La mujer de Benedicto tampoco quería enterarse de toda la verdad, aunque empezó a ponérsele cara de beneficiaria de Santa Lucía. A los pocos meses de la primera intervención, a Javier Benedicto tuvieron que extirparle los testículos gangrenados, pero los médicos de oncología, de acuerdo con la familia, urdieron la trola de que habíanle sajado un grano con mala pinta, nada preocupante. Entre vendajes y pañales y el poco uso que hacía de cintura para abajo, el muy indispuesto Benedicto nunca se enteró de su definitiva falta de cojones. Cuando el enfermo entró en coma, después de cuatro semanas de agonía que sus hijos le dijeran era soñarrera debida a la medicación, Javier Benedicto empezó a sospechar mudanza a ultramundo porque hablaba fluido con su padre y dos hermanos muertos en 1943, de hambruna valenciana de posguerra. Tarde llegó la revelación. En el último suspiro, aún escuchó la voz de una de sus hijas: "Duérmete de una vez, si no descansas nunca vas a curarte".
Javier Benedicto aún no sabe que ha muerto. Lleva diez años pastoreando por entre los sueños de todos sus hijos, también en algunas siestas de la esposa que él considera esposa, no viuda del todo. Insiste en mil detalles cotidianos, pregunta por asuntos que ya en nada le conciernen y se interesa por los estudios y la salud de nietos que no ha conocido. Todavía nadie le ha dicho, siquiera en sueños, que está muerto. Y él, francamente mejorado de la enfermedad, aparece cada noche sonámbulo en los sueños de alguno de sus hijos. Siete tuvo, como siete días tiene la semana. Javier Benedicto trabaja de espectro bonachón si bien incordioso nueve horas por jornada, y nunca descansa. Sus nietos también lo sueñan; aleccionados, nunca le dicen la verdad.
* Autor : José Vicente Pascual
Javier Benedicto aún no sabe que ha muerto. Lleva diez años pastoreando por entre los sueños de todos sus hijos, también en algunas siestas de la esposa que él considera esposa, no viuda del todo. Insiste en mil detalles cotidianos, pregunta por asuntos que ya en nada le conciernen y se interesa por los estudios y la salud de nietos que no ha conocido. Todavía nadie le ha dicho, siquiera en sueños, que está muerto. Y él, francamente mejorado de la enfermedad, aparece cada noche sonámbulo en los sueños de alguno de sus hijos. Siete tuvo, como siete días tiene la semana. Javier Benedicto trabaja de espectro bonachón si bien incordioso nueve horas por jornada, y nunca descansa. Sus nietos también lo sueñan; aleccionados, nunca le dicen la verdad.
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