La bombilla - Pablo De Aguilar González
EDICIONES GUALLAVITO vuelve a recuperar este estupendísimo texto de Pablo De Aguilar González.
Espero que lo disfrutéis tanto como yo en todas las ocasiones que lo he leído
LA BOMBILLA
Hola. Les habla una bombilla vulgar, de 60 vatios para más señas. Hubo un tiempo en el que pensé hacerme bombilla de 100, pero me desanimó el hecho de que tenía que pasar más tiempo en la fábrica. Yo soy bombilla por vocación, me hice bombilla “softone”, toda blanquita, con una corona de letras doradas donde dice: “PHILISS 60w”; he tenido mucha suerte, diría que soy la bombilla más afortunada del mundo. Estoy colgada del techo del salón de la familia Luján. ¡Imagínense! Una bombilla como yo - cuyo mayor sueño mientras está metida en su caja es formar parte de una bonita lámpara - siendo el centro del salón. Sí, soy una bombilla privilegiada. Además, parece que a los Luján no les gustan demasiado las lámparas, porque no se les ve intención de comprar ninguna, exceptuando, claro está, a la vieja bruja, la abuela, siempre diciendo que a ver cuándo ponen una en el techo, con esa cara de vinagre que tiene.
Ustedes no lo sabrán, pero las bombillas somos muy presumidas. Yo siempre me pavoneo ante las de la lámpara del pasillo, a las cuales puedo ver desde aquí. Nosotras, nos entendemos con pequeñas variaciones en la intensidad de la luz. Nuestros dueños piensan que son problemas de la instalación, pero no, somos nosotras. La lámpara del pasillo es un plafón en el que viven dos de mis compañeras. Son dos bombillas transparentes, modelo vela, de esas con el pie más estrechito; ellas entraron después que yo en la fábrica pero se quedaron en 40 vatios. Y una bombilla de 40 vatios ya sabe, desde el principio, que es carne de plafón compartido. Nos facturaron al mismo tiempo, así que, se puede decir que nos conocemos de toda la vida. Ellas siempre me dicen que algún día se me acabará tanto protagonismo, que las bombillas no hemos sido hechas para adornar y que cada cual tiene que asumir su papel, pero yo les respondo que no sean envidiosas, que quizá un día ellas tengan suerte y salgan de esa candileja claustrofóbica.
Llevo aquí colgada ya dos años por lo menos. Soy parte de la familia, les ilumino por las noches, cuando la familia se sienta a descansar en el salón, jugar a algún juego de mesa, cenar o, simplemente, ver la televisión. A mi me gusta observarlos. Suelen llevar a cabo siempre el mismo ritual. Cuando oscurece, pulsan la llave que me ilumina, luego vienen por el pasillo con una bandeja llena de comida y un vaso de agua. Se sientan en el sofá que hay junto a la mesa baja y apuntan con el mando a distancia a la televisión; sale un rayo de luz infrarroja, del que ellos no parecen percatarse, que rebota de un lado a otro en todo lo que encuentra a su paso y que enciende el televisor cuando acierta con él. He llegado a tomarles cariño, he contemplado, desde aquí arriba, como el padre va perdiendo pelo, al igual que la bruja. Y cómo el niño está cada vez más alto; algún día va a alcanzar hasta aquí si sigue creciendo. Son buena gente, con buenos sentimientos. Tratan muy bien a todos los electrodomésticos. Siempre oigo como los padres aleccionan a los niños para que lo hagan porque, como dicen, “los aparatos valen mucho dinero”. Parecen estimar bastante eso que llaman dinero, cuando hablan de él se les nota que lo aprecian sobremanera, y si dicen que valemos mucho, será que también nos tienen a nosotros gran consideración. Escucho sus conversaciones, a veces estoy de acuerdo con ellos, a veces no, pero una bombilla como yo no debería opinar sobre ciertos temas, así que, mejor no digo de qué hablan los Luján.
Hoy no es un día normal. Hoy es Sábado. Esos días, la familia suele hacer cosas extraordinarias. Hay sábados en los que alguno de ellos se sienta en el sofá y se pasa todo el rato leyendo, o viendo la televisión, o a veces se van todos juntos a lo que ellos llaman “de compras”. Hoy se han ido todos, los niños, los padres y la abuela. Siempre que se van a comprar, los espero algo preocupada, mucho más cuando la vieja se va con ellos. Además, hoy me ha echado una mirada la bruja que no me ha gustado nada. No se... hay algo dentro de mí que me tiene inquieta. Observo al resto de los muebles y electrodomésticos del salón y no parecen compartir mi desasosiego. Ellos están tranquilos, claro.. como no son una bombilla... Si ese equipo de música de altas prestaciones fuera una radio de las antiguas, seguramente no se sentiría tan confiado. Le he preguntado al televisor de plasma, pero no se ha dignado a contestarme. Debe ser la soberbia de la juventud, le he dicho que yo también fui un último modelo, que no se dé tanta importancia, que eso se pasa en seguida, mucho antes en los televisores. Y es que no soporto a los electrodomésticos recién comprados. ¡Llegan todos con unos humos! Se creen el centro del hogar, no se dan cuenta que en cuanto pasen unos meses van a ser uno más de nosotros. Claro que el resto de aparatos suelen ser despectivos con las bombillas. Sólo porque nosotras somos sólo eso, bombillas. Si supieran que fuimos uno de los primeros y más importantes electrodomésticos que existieron. Casi se podría decir que somos sus antepasadas. Hace un rato, les he explicado al transistor y al estúpido creído televisor que, antes, las radios y las televisiones funcionaban gracias a unas antepasadas mías, las cuales, aunque eran llamadas lámparas, no dejaban de ser unas bombillitas muy parecidas a mi. Y ¿Saben que han hecho? Pues reírse de mi. Como lo oyen. Y es que ahora estos aparatos último modelo ya no saben nada, ni les interesa saber. Ya les contaré de nuevo el asunto dentro de tres años, cuando estén obsoletos, a ver qué opinan entonces.
¡Parece que ya vuelven!. Que bien. Me encanta cuando regresan, toda la casa se anima con sus voces y su jaleo. Traen un montón de bolsas, claro, han estado todo el día por ahí. No sé a qué se debe, pero cuando vienen de hacer compras, todos están mucho más contentos. Ya oigo a la abuela en el pasillo, sí, ya la distingo, entra con el padre que trae una bolsa bastante grande. ¿Qué será? No me gusta la cara de alegría que trae la bruja... Mira que me están dando unos nervios... ¿Qué dicen? Oigo algo de que la abuela quiere que llamen a un electricista. Ah, no, menos mal, el padre dice que no, que lo hace él. Ya abren la bolsa. Mira, el equipo de música no tiene buena cara, ya le va llegando la presión de tener más de un año. Es una caja, no sé qué será, la están abriendo, qué oscuro está. ¿Por qué no me iluminarán para que se vea mejor? Ahí van, sí, me van a dar luz... ¡Oh! ¡Que es esto! ¡No ilumino! ¡Me he quedado ciega!.. Todavía los oigo, cada vez mas lejos... ¿Qué dicen?
- Vaya, se ha fundido la bombilla ¡Qué a tiempo hemos comprado la lámpara!.
* Autor: Pablo De Aguilar González (Pablo A)
Espero que lo disfrutéis tanto como yo en todas las ocasiones que lo he leído
LA BOMBILLA
Hola. Les habla una bombilla vulgar, de 60 vatios para más señas. Hubo un tiempo en el que pensé hacerme bombilla de 100, pero me desanimó el hecho de que tenía que pasar más tiempo en la fábrica. Yo soy bombilla por vocación, me hice bombilla “softone”, toda blanquita, con una corona de letras doradas donde dice: “PHILISS 60w”; he tenido mucha suerte, diría que soy la bombilla más afortunada del mundo. Estoy colgada del techo del salón de la familia Luján. ¡Imagínense! Una bombilla como yo - cuyo mayor sueño mientras está metida en su caja es formar parte de una bonita lámpara - siendo el centro del salón. Sí, soy una bombilla privilegiada. Además, parece que a los Luján no les gustan demasiado las lámparas, porque no se les ve intención de comprar ninguna, exceptuando, claro está, a la vieja bruja, la abuela, siempre diciendo que a ver cuándo ponen una en el techo, con esa cara de vinagre que tiene.
Ustedes no lo sabrán, pero las bombillas somos muy presumidas. Yo siempre me pavoneo ante las de la lámpara del pasillo, a las cuales puedo ver desde aquí. Nosotras, nos entendemos con pequeñas variaciones en la intensidad de la luz. Nuestros dueños piensan que son problemas de la instalación, pero no, somos nosotras. La lámpara del pasillo es un plafón en el que viven dos de mis compañeras. Son dos bombillas transparentes, modelo vela, de esas con el pie más estrechito; ellas entraron después que yo en la fábrica pero se quedaron en 40 vatios. Y una bombilla de 40 vatios ya sabe, desde el principio, que es carne de plafón compartido. Nos facturaron al mismo tiempo, así que, se puede decir que nos conocemos de toda la vida. Ellas siempre me dicen que algún día se me acabará tanto protagonismo, que las bombillas no hemos sido hechas para adornar y que cada cual tiene que asumir su papel, pero yo les respondo que no sean envidiosas, que quizá un día ellas tengan suerte y salgan de esa candileja claustrofóbica.
Llevo aquí colgada ya dos años por lo menos. Soy parte de la familia, les ilumino por las noches, cuando la familia se sienta a descansar en el salón, jugar a algún juego de mesa, cenar o, simplemente, ver la televisión. A mi me gusta observarlos. Suelen llevar a cabo siempre el mismo ritual. Cuando oscurece, pulsan la llave que me ilumina, luego vienen por el pasillo con una bandeja llena de comida y un vaso de agua. Se sientan en el sofá que hay junto a la mesa baja y apuntan con el mando a distancia a la televisión; sale un rayo de luz infrarroja, del que ellos no parecen percatarse, que rebota de un lado a otro en todo lo que encuentra a su paso y que enciende el televisor cuando acierta con él. He llegado a tomarles cariño, he contemplado, desde aquí arriba, como el padre va perdiendo pelo, al igual que la bruja. Y cómo el niño está cada vez más alto; algún día va a alcanzar hasta aquí si sigue creciendo. Son buena gente, con buenos sentimientos. Tratan muy bien a todos los electrodomésticos. Siempre oigo como los padres aleccionan a los niños para que lo hagan porque, como dicen, “los aparatos valen mucho dinero”. Parecen estimar bastante eso que llaman dinero, cuando hablan de él se les nota que lo aprecian sobremanera, y si dicen que valemos mucho, será que también nos tienen a nosotros gran consideración. Escucho sus conversaciones, a veces estoy de acuerdo con ellos, a veces no, pero una bombilla como yo no debería opinar sobre ciertos temas, así que, mejor no digo de qué hablan los Luján.
Hoy no es un día normal. Hoy es Sábado. Esos días, la familia suele hacer cosas extraordinarias. Hay sábados en los que alguno de ellos se sienta en el sofá y se pasa todo el rato leyendo, o viendo la televisión, o a veces se van todos juntos a lo que ellos llaman “de compras”. Hoy se han ido todos, los niños, los padres y la abuela. Siempre que se van a comprar, los espero algo preocupada, mucho más cuando la vieja se va con ellos. Además, hoy me ha echado una mirada la bruja que no me ha gustado nada. No se... hay algo dentro de mí que me tiene inquieta. Observo al resto de los muebles y electrodomésticos del salón y no parecen compartir mi desasosiego. Ellos están tranquilos, claro.. como no son una bombilla... Si ese equipo de música de altas prestaciones fuera una radio de las antiguas, seguramente no se sentiría tan confiado. Le he preguntado al televisor de plasma, pero no se ha dignado a contestarme. Debe ser la soberbia de la juventud, le he dicho que yo también fui un último modelo, que no se dé tanta importancia, que eso se pasa en seguida, mucho antes en los televisores. Y es que no soporto a los electrodomésticos recién comprados. ¡Llegan todos con unos humos! Se creen el centro del hogar, no se dan cuenta que en cuanto pasen unos meses van a ser uno más de nosotros. Claro que el resto de aparatos suelen ser despectivos con las bombillas. Sólo porque nosotras somos sólo eso, bombillas. Si supieran que fuimos uno de los primeros y más importantes electrodomésticos que existieron. Casi se podría decir que somos sus antepasadas. Hace un rato, les he explicado al transistor y al estúpido creído televisor que, antes, las radios y las televisiones funcionaban gracias a unas antepasadas mías, las cuales, aunque eran llamadas lámparas, no dejaban de ser unas bombillitas muy parecidas a mi. Y ¿Saben que han hecho? Pues reírse de mi. Como lo oyen. Y es que ahora estos aparatos último modelo ya no saben nada, ni les interesa saber. Ya les contaré de nuevo el asunto dentro de tres años, cuando estén obsoletos, a ver qué opinan entonces.
¡Parece que ya vuelven!. Que bien. Me encanta cuando regresan, toda la casa se anima con sus voces y su jaleo. Traen un montón de bolsas, claro, han estado todo el día por ahí. No sé a qué se debe, pero cuando vienen de hacer compras, todos están mucho más contentos. Ya oigo a la abuela en el pasillo, sí, ya la distingo, entra con el padre que trae una bolsa bastante grande. ¿Qué será? No me gusta la cara de alegría que trae la bruja... Mira que me están dando unos nervios... ¿Qué dicen? Oigo algo de que la abuela quiere que llamen a un electricista. Ah, no, menos mal, el padre dice que no, que lo hace él. Ya abren la bolsa. Mira, el equipo de música no tiene buena cara, ya le va llegando la presión de tener más de un año. Es una caja, no sé qué será, la están abriendo, qué oscuro está. ¿Por qué no me iluminarán para que se vea mejor? Ahí van, sí, me van a dar luz... ¡Oh! ¡Que es esto! ¡No ilumino! ¡Me he quedado ciega!.. Todavía los oigo, cada vez mas lejos... ¿Qué dicen?
- Vaya, se ha fundido la bombilla ¡Qué a tiempo hemos comprado la lámpara!.
* Autor: Pablo De Aguilar González (Pablo A)
3 comentarios
Sereno -
Ly -
almena -
Siento penita por la bombilla!
ufff ¿será grave lo mío?
Besos, Comella!
Me parece excelente este relato