La lata de sardinas - Jesús Valle
Llegó a casa empolvado de cansancio; abatido por la crudeza de los silencios, de las ausencias. Era la hora de comer y apenas tenía hambre. Abrió la nevera. Tan sólo un puré de zanahorias y una lasaña agónica. Se decidió por una lata de sardinas en escabeche. Tiró de la anilla mientras intentó no pensar en nada.
Apenas notó el dolor. Fue más estúpido el sentimiento de fragilidad que le sobrevino perverso sobre su ánimo. Su dedo meñique pendía sanguinolento de un hilo muscular. La sangre se esparció grotesca por los azulejos blancos de la cocina. Volvió a tirar de la anilla cruel. Esta vez, con mayor energía.
Las sardinas se mostraron divertidas y sonrientes. No tuvo tiempo para reaccionar. Una de ellas saltó vigorosamente hambrienta sobre su yugular, comiéndole violentamente su vida vacía. El ojo izquierdo fue una férvida delicatessen para la segunda sardina. Hubiese querido llorar pero el fuego de su dolor, taponaba cualquier exceso lacrimal. Si hubiese tenido tiempo, habría gritado todos sus sueños perdidos y acariciar una mano ardiente que sofocase su dolor.
Se sentó en una silla derrotado. Mantenía la lata de sardinas sobre la palma temblorosa de su mano derecha. Rió desencajado cuando vio a la tercera sardina adentrarse lujuriosamente sobre la cavidad de su corazón. Y continuó riendo al notar que aquella sardina comía descorazonadamente su carcomido y afligido corazón. El río de sangre crecía sobre las baldosas formando mareas incontenibles.
La sardina posada sobre su yugular emitía sonidos divertidos mientras aceleraba sus viciosos bocados a través de la materia de su cuello. El banquete engordaba sus cuerpos. A través de la cuenca de su ojo devorado la segunda sardina alcanzó su cerebro cuajado. Pudo notar entonces la comida de sesos por parte de aquel impúdico ser. No pudo soportarlo más. Cogió la tapa denticular de la lata y la hincó con todas sus fuerzas sobre la muñeca de su brazo izquierdo. Sintió un ligero desmayo. Vomitó más sangre provocando licenciosos océanos de líquido viscoso sobre el suelo. Sus pies ya flotaban en pequeños remolinos de sangre. Y observó la desconexión total de su cerebro. Sus recuerdos se amontonaron en un amasijo sanguinolento demasiado oloroso para poder soportarlo. Aquella sardina colérica devoraba sesos, células, nervios, con una rapidez y devoción sobrenatural.
Cayó abatido sobre las baldosas recubiertas por su sangre. Su cuerpo quedó hundido bajo el manto líquido. Intentó respirar ahogándose en su propia vida.
Las tres sardinas en escabeche navegaban divertidas y eufóricas sobre el mar rojizo. Habían engordado de forma considerable.
* Autor : Jesús Valle (Jaheim)
Apenas notó el dolor. Fue más estúpido el sentimiento de fragilidad que le sobrevino perverso sobre su ánimo. Su dedo meñique pendía sanguinolento de un hilo muscular. La sangre se esparció grotesca por los azulejos blancos de la cocina. Volvió a tirar de la anilla cruel. Esta vez, con mayor energía.
Las sardinas se mostraron divertidas y sonrientes. No tuvo tiempo para reaccionar. Una de ellas saltó vigorosamente hambrienta sobre su yugular, comiéndole violentamente su vida vacía. El ojo izquierdo fue una férvida delicatessen para la segunda sardina. Hubiese querido llorar pero el fuego de su dolor, taponaba cualquier exceso lacrimal. Si hubiese tenido tiempo, habría gritado todos sus sueños perdidos y acariciar una mano ardiente que sofocase su dolor.
Se sentó en una silla derrotado. Mantenía la lata de sardinas sobre la palma temblorosa de su mano derecha. Rió desencajado cuando vio a la tercera sardina adentrarse lujuriosamente sobre la cavidad de su corazón. Y continuó riendo al notar que aquella sardina comía descorazonadamente su carcomido y afligido corazón. El río de sangre crecía sobre las baldosas formando mareas incontenibles.
La sardina posada sobre su yugular emitía sonidos divertidos mientras aceleraba sus viciosos bocados a través de la materia de su cuello. El banquete engordaba sus cuerpos. A través de la cuenca de su ojo devorado la segunda sardina alcanzó su cerebro cuajado. Pudo notar entonces la comida de sesos por parte de aquel impúdico ser. No pudo soportarlo más. Cogió la tapa denticular de la lata y la hincó con todas sus fuerzas sobre la muñeca de su brazo izquierdo. Sintió un ligero desmayo. Vomitó más sangre provocando licenciosos océanos de líquido viscoso sobre el suelo. Sus pies ya flotaban en pequeños remolinos de sangre. Y observó la desconexión total de su cerebro. Sus recuerdos se amontonaron en un amasijo sanguinolento demasiado oloroso para poder soportarlo. Aquella sardina colérica devoraba sesos, células, nervios, con una rapidez y devoción sobrenatural.
Cayó abatido sobre las baldosas recubiertas por su sangre. Su cuerpo quedó hundido bajo el manto líquido. Intentó respirar ahogándose en su propia vida.
Las tres sardinas en escabeche navegaban divertidas y eufóricas sobre el mar rojizo. Habían engordado de forma considerable.
* Autor : Jesús Valle (Jaheim)
8 comentarios
Maribel -
Comella -
Todo es competencia, competición... Egoísmo. Una verdadera lucha, una selva en toda regla, donde el débil siempre tiene las de perder.
Yo le encontré muchísimos matices y significados a este relato, para mi es más que la historia de unas sardinas que se acaban merendando a un hombre cansado y deprimido.
El Trufa -
jaheim -
Gracias por vuestra atención y consideración.
Jesús.
ipathia -
Ly -
odyseo -
Maribel -