Ser oscuro - Paco Espada
Aquella noche yo había dejado de ser yo para convertirme en apenas mención de mi presencia. El engendro que tanto tiempo había acechado oculto en las cavernas de mi inconsciencia consiguió desgarrar el velo que separa la realidad de la pesadilla para salir al exterior con un rugido de triunfo. En otras palabras, un mal día lo tiene cualquiera, y cualquiera puede llegar a casa enfadado después del trabajo.
Mi primera atención fue para mi esposa, que andaba muy pesada últimamente, quejándose de mi comportamiento errático, como ella decía; incluso había llegado a amenazarme con irse de casa y llevarse a los niños. Le estrellé una lámpara de mesa bastante pesada en la cabeza, esparciendo trozos de su cráneo mezclados con los cristales de la mesita que derribó al caer sobre la alfombra pseudo persa, formando un galimatías sangriento.
Una lástima. Me gustaba aquella mesa, con patas de caoba y pretensiones de antigüedad; me gustaba aunque nos la hubiera regalado mi suegra en nuestro aniversario de boda. Simplemente le había tomado cariño.
Al ver a mi mujer en el suelo me enternecí; creo que un par de lágrimas cayeron sobre su cuerpo desmadejado. Me arrodillé junto a ella y comencé a besarle la espalda. Fue entonces cuando la ternura dejó paso a la excitación. De un tirón le arranqué el salto de cama que llevaba puesto y le hice el amor frenético, como si fuera la última vez.
Fue la relación más placentera que hemos tenido nunca. Después de terminar me levanté y, al girarme, tropecé con la mirada de un hombre cubierto de sangre, que me seguía con la vista desde el espejo del salón. Tenía los ojos muy abiertos y expresión estúpida.
- ¿Quién eres? Le pregunté; él se limitó, después de mover los labios mientras yo hablaba, a guardar silencio.
Lo dejé por imposible y me dirigí al cuarto de los niños. De camino hacia allí pasé por la cocina y, casi maquinalmente recogí un cuchillo largo y afilado de la panoplia que colgaba en la pared. No pude dejar de admirar la pulcritud y el orden que reinaban en la estancia; este era su feudo, que ahora yo estaba arruinando, llenándolo todo de huellas rojas. ¡Qué buena eres, Marta!
Ya pertrechado me encaminé a dar las buenas noches a mis retoños, que dormían plácidamente en la penumbra acuchillada por la luz que se colaba a través de la entrada de la habitación.
Usé la herramienta con destreza. Una flor roja brotó en el pecho de Borjita. Hizo una mueca que se distendió en una sonrisa dulce y continuó durmiendo.
Soñará con los angelitos.
Luisita se despertó y me miró con alegría. Extendió sus manitas hacia mí, quería que la cogiera; en seguida le di su parte en la fiesta; con un movimiento rápido de la hoja dibujé una segunda sonrisa por debajo de su barbilla, de la cual afloró una fuente oscura que empapó la almohada.
¡Qué noche tan feliz aquella! Ahora ya no me abandonarían nunca, estarían a mi lado siempre, siempre...
Estaba tan alegre que comencé a bailar, a saltar por toda la casa haciendo sonar dos cacerolas, ensayando piruetas por las habitaciones, doblándome en reverencias cada vez que me encontraba con el hombre ensangrentado que me saludaba desde los espejos. Quise sacar a bailar a mi mujer, que continuaba descansando sobre la alfombra, pero ella no mostraba ningún interés por la danza. ¿Seguiría enfadada conmigo?
Me daba igual; era tan feliz...
Fue en algún instante entre la primera y la duodécima campanada del reloj del salón cuando la noche se tornó aciaga; cuando el ser oscuro que había estado agazapado tanto tiempo surgió de mi interior para gritar de un modo salvaje:
- Pero...¡Qué has hecho, desgraciado!
El monstruo maldito lo gritaba a todas partes, a todos los hombres ensangrentados que aullaban mudos desde los espejos a las paredes ensangrentadas, a los suelos cubiertos de sangre... Y continuó gritando como un loco hasta que un estruendo anunció que alguien tiraba la puerta abajo.
Aun a veces vuelvo a sentir que regresa el Leviatán odioso; comienzo a temblar y el estómago se revuelve. Entonces vomito, lloro, me arranco el pelo y me muerdo la lengua hasta hacerme sangre. No dejo de gritar hasta que unos hombres hercúleos me levantan en vilo y me atan a una cama. Después me ponen una inyección y me quedo dormido.
Pero el resto del tiempo soy feliz, soñando en la habitación de paredes acolchadas donde transcurre mi vida ahora. Vivo repasando mis recuerdos, en especial rememorando aquella noche en la que me sentí unido de verdad a mi familia, cuando me sentí libre y al tiempo supe que ya nunca estaría solo...
* Autor : Paco Espada
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Mi primera atención fue para mi esposa, que andaba muy pesada últimamente, quejándose de mi comportamiento errático, como ella decía; incluso había llegado a amenazarme con irse de casa y llevarse a los niños. Le estrellé una lámpara de mesa bastante pesada en la cabeza, esparciendo trozos de su cráneo mezclados con los cristales de la mesita que derribó al caer sobre la alfombra pseudo persa, formando un galimatías sangriento.
Una lástima. Me gustaba aquella mesa, con patas de caoba y pretensiones de antigüedad; me gustaba aunque nos la hubiera regalado mi suegra en nuestro aniversario de boda. Simplemente le había tomado cariño.
Al ver a mi mujer en el suelo me enternecí; creo que un par de lágrimas cayeron sobre su cuerpo desmadejado. Me arrodillé junto a ella y comencé a besarle la espalda. Fue entonces cuando la ternura dejó paso a la excitación. De un tirón le arranqué el salto de cama que llevaba puesto y le hice el amor frenético, como si fuera la última vez.
Fue la relación más placentera que hemos tenido nunca. Después de terminar me levanté y, al girarme, tropecé con la mirada de un hombre cubierto de sangre, que me seguía con la vista desde el espejo del salón. Tenía los ojos muy abiertos y expresión estúpida.
- ¿Quién eres? Le pregunté; él se limitó, después de mover los labios mientras yo hablaba, a guardar silencio.
Lo dejé por imposible y me dirigí al cuarto de los niños. De camino hacia allí pasé por la cocina y, casi maquinalmente recogí un cuchillo largo y afilado de la panoplia que colgaba en la pared. No pude dejar de admirar la pulcritud y el orden que reinaban en la estancia; este era su feudo, que ahora yo estaba arruinando, llenándolo todo de huellas rojas. ¡Qué buena eres, Marta!
Ya pertrechado me encaminé a dar las buenas noches a mis retoños, que dormían plácidamente en la penumbra acuchillada por la luz que se colaba a través de la entrada de la habitación.
Usé la herramienta con destreza. Una flor roja brotó en el pecho de Borjita. Hizo una mueca que se distendió en una sonrisa dulce y continuó durmiendo.
Soñará con los angelitos.
Luisita se despertó y me miró con alegría. Extendió sus manitas hacia mí, quería que la cogiera; en seguida le di su parte en la fiesta; con un movimiento rápido de la hoja dibujé una segunda sonrisa por debajo de su barbilla, de la cual afloró una fuente oscura que empapó la almohada.
¡Qué noche tan feliz aquella! Ahora ya no me abandonarían nunca, estarían a mi lado siempre, siempre...
Estaba tan alegre que comencé a bailar, a saltar por toda la casa haciendo sonar dos cacerolas, ensayando piruetas por las habitaciones, doblándome en reverencias cada vez que me encontraba con el hombre ensangrentado que me saludaba desde los espejos. Quise sacar a bailar a mi mujer, que continuaba descansando sobre la alfombra, pero ella no mostraba ningún interés por la danza. ¿Seguiría enfadada conmigo?
Me daba igual; era tan feliz...
Fue en algún instante entre la primera y la duodécima campanada del reloj del salón cuando la noche se tornó aciaga; cuando el ser oscuro que había estado agazapado tanto tiempo surgió de mi interior para gritar de un modo salvaje:
- Pero...¡Qué has hecho, desgraciado!
El monstruo maldito lo gritaba a todas partes, a todos los hombres ensangrentados que aullaban mudos desde los espejos a las paredes ensangrentadas, a los suelos cubiertos de sangre... Y continuó gritando como un loco hasta que un estruendo anunció que alguien tiraba la puerta abajo.
Aun a veces vuelvo a sentir que regresa el Leviatán odioso; comienzo a temblar y el estómago se revuelve. Entonces vomito, lloro, me arranco el pelo y me muerdo la lengua hasta hacerme sangre. No dejo de gritar hasta que unos hombres hercúleos me levantan en vilo y me atan a una cama. Después me ponen una inyección y me quedo dormido.
Pero el resto del tiempo soy feliz, soñando en la habitación de paredes acolchadas donde transcurre mi vida ahora. Vivo repasando mis recuerdos, en especial rememorando aquella noche en la que me sentí unido de verdad a mi familia, cuando me sentí libre y al tiempo supe que ya nunca estaría solo...
* Autor : Paco Espada
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8 comentarios
Graciela -
Querría saber la interpretación desde un punto de vista psiquiátrico. Usualmente, las personas comunes se enojan, hasta patean puertas o las boxean y se rompen un hueso. Pero no es muy común danzar con un ser ensangrentado, sentirse acompañado de muertos, y terminar en un psiquiátrico.
Con esto no hago la apología de la violencia. Digo, que si se pudieran tomar las medidas correspondientes, habría que comenzar desde el principio.
¿Y cuál es el principio?
Just -
Juan José Noche -
Hay legiones de chicos, mujeres, ancianos y hasta hombres son objeto de la agresión física. No es propio de un sexo, es el signo de nuestro tiempo. No mas violencia...no mas muerte. Vamos por la Vida.
Gracias por permitirme leerte.
Juan José Noche
Sira -
En cuanto a la historia es enternecedora. Resulta conmovedor un pobre enfermo. Lamento decir que la mayoría de los que practican la violencia de género o el maltrato familiar no tienen una excusa tan poética para lo que hacen.
Diablillo -
Salu2
Comella -
El texto quizá es un poco fuerte para editarlo un lunes a las 9 de la mañana, pero es lo suficientemente impactante como para reivindicar la gran indignación de muchas personas entre las que estoy yo- contra la violencia de genero. Según las estadísticas parece que no sólo siguen sucediéndose casos y más casos de este tipo de violencia si no que encima siguen aumentando de manera especular sin que el gobierno se ponga manos a la obra para buscar una solución efectiva y seria a este gran problema social.
El autor dice de su relato Puede ser violento y políticamente incorrecto, pero a mi me ha parecido todo un reto publicarlo aquí y dejar una puerta abierta al debate. Aunque no hay mucho que debatir sobre un maltratador/a y no hay excusa posible para una actuación así, ni siquiera la de : Es que estaba enfermo/a.
Os recomiendo visitar y firmar en la página de Amnistía Internacional / No más violencia contra las mujeres y firmar en ella. Creo que es una buena manera de apoyar una causa así como también de empezar la semana ;) Un abrazo.
http://www.es.amnesty.org/nomasviolencia/
El Trufa -
Ly -