Texto ganador del concurso "Letra Almíbar"
SE ACABÓ EL PASTEL Por Cristina Hoyos
Su espalda, desnuda y sinuosa, se deslizaba sobre el mármol enharinado de la cocina. Bajo sus nalgas los fluidos restantes, la harina y el cadencioso vaivén de las caderas de ambos, friccionaban una minúscula masa voluptuosa. Los dedos expertos de él viajaban por el cuerpo de la mujer; y tras su paso, gotas de miel aterciopelaban la piel dorada de ella, quien a su vez, ceñía entre las manos una generosa porción de mantequilla. La grasa amarilla se deslizaba impúdica entre los dedos de la mujer, barnizando sus muñecas, sus brazos y codos, desde donde resbalaba hasta la espalda del amante entregado. Después, en lo que parecía ser una señal convenida e invisible, con un movimiento convulsionado de ambos, las caderas se elevaron, las manos chorreantes de mantequilla aprisionaron la cintura del hombre y la lengua de él, rebosante de jarabe, se introdujo en la boca esperanzada de ella.
Las llamas del hogar bastaban para iluminar la escena, y con su crepitar coreaban los jadeos y murmullos de los contendientes. Las sombras alargadas parecían abrazarse desde la penumbra hasta el infinito, o al menos, hasta el techo de madera ennegrecida, donde se multiplicaban, retorcidas y enredadas en posiciones imposibles, y las lenguas colisionaban furiosas, o desaparecían tras recónditos reflejos oscuros de húmedas cavidades.
Y él lo sabía, aunque quiso observarlo con sus propios ojos. Sabía del engaño, de la inquina de su sirviente y de la perfidia de su esposa. A pesar de ello insistió. Quiso bajar a las cocinas, a oscuras, en silencio, quería verlo con sus propios ojos. Decidió esconderse, ver sin ser visto. La alacena era un buen lugar. Y, ¿quién sabe? Tal vez en sus juegos eróticos utilizasen las frutas... Es por eso, por los celos envenenados de certeza, que arrancó su ojo y lo colocó dentro del frasco transparente del melocotón.
Ahora comprendía que aquello había sido un error. Quería cerrar su ojo, apartar su mirada de la visión que tanto escocía, y no podía. Lágrimas amargas del dulce de almíbar rodaron por el único ojo, fijo en las sombras burlescas del techo del hogar.
* Autora : Cristina Hoyos (Zaragoza)
Su espalda, desnuda y sinuosa, se deslizaba sobre el mármol enharinado de la cocina. Bajo sus nalgas los fluidos restantes, la harina y el cadencioso vaivén de las caderas de ambos, friccionaban una minúscula masa voluptuosa. Los dedos expertos de él viajaban por el cuerpo de la mujer; y tras su paso, gotas de miel aterciopelaban la piel dorada de ella, quien a su vez, ceñía entre las manos una generosa porción de mantequilla. La grasa amarilla se deslizaba impúdica entre los dedos de la mujer, barnizando sus muñecas, sus brazos y codos, desde donde resbalaba hasta la espalda del amante entregado. Después, en lo que parecía ser una señal convenida e invisible, con un movimiento convulsionado de ambos, las caderas se elevaron, las manos chorreantes de mantequilla aprisionaron la cintura del hombre y la lengua de él, rebosante de jarabe, se introdujo en la boca esperanzada de ella.
Las llamas del hogar bastaban para iluminar la escena, y con su crepitar coreaban los jadeos y murmullos de los contendientes. Las sombras alargadas parecían abrazarse desde la penumbra hasta el infinito, o al menos, hasta el techo de madera ennegrecida, donde se multiplicaban, retorcidas y enredadas en posiciones imposibles, y las lenguas colisionaban furiosas, o desaparecían tras recónditos reflejos oscuros de húmedas cavidades.
Y él lo sabía, aunque quiso observarlo con sus propios ojos. Sabía del engaño, de la inquina de su sirviente y de la perfidia de su esposa. A pesar de ello insistió. Quiso bajar a las cocinas, a oscuras, en silencio, quería verlo con sus propios ojos. Decidió esconderse, ver sin ser visto. La alacena era un buen lugar. Y, ¿quién sabe? Tal vez en sus juegos eróticos utilizasen las frutas... Es por eso, por los celos envenenados de certeza, que arrancó su ojo y lo colocó dentro del frasco transparente del melocotón.
Ahora comprendía que aquello había sido un error. Quería cerrar su ojo, apartar su mirada de la visión que tanto escocía, y no podía. Lágrimas amargas del dulce de almíbar rodaron por el único ojo, fijo en las sombras burlescas del techo del hogar.
* Autora : Cristina Hoyos (Zaragoza)
7 comentarios
Moises -
Anii -
gracias por el espacio.
Cristina Hoyos -
Viento Nocturno -
Muchas felicidades!!!
Ivan -
Pero me gustó.
Saludos
IVAN
white -
Trufa -