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Empleos precarios - Sara Coca

Empleos precarios - Sara Coca Él era un personaje de cuento y no lo sabía. Con su maletín atestado de papeles de boletines oficiales y la camisa por fuera de cualquier pantalón, acudía sin diligencia cada tarde a su puesto laboral. Aquello no podía denominarse trabajo. Ni siquiera tenía que cumplir con un horario estricto. Hasta le daba tiempo a comer despacio la sopa de ave y los riñones con salsa en casa de sus padres, donde vivía desde hacía treinta y seis años condenando a sus progenitores.

Después, sin demasiado ímpetu por nada, se subía a su pequeño vehículo falto de extras dignos de mención y cabalgaba por media ciudad hasta llegar a su anodino empleo, aunque aquel mediodía recordó que no había repostado y llegó al aparcamiento con el indicador de gasolina como copiloto. No importaba. Llevaba en el bolsillo tres euros para solventar el problema de la vuelta a casa y en la hora del café –que eran de ochenta minutos- acudió tranquilamente a la estación de servicio más cercana con sus euros en el bolsillo.

En su universo anclado en una nube de hace cincuenta años, no existían los teléfonos móviles ni las tarjetas de crédito. Para él, el mundo no tenía más comodidad que una buena siesta. Un placer que, a pesar de trabajar por la tarde, nunca echó en falta. Nadie se daba cuenta de su ausencia por espacio de dos horas. Después, procuraba pasearse de un lado a otro hasta que lograba escabullirse definitivamente a la hora apropiada.

Sin embargo, Cosme no se sentía a gusto haciendo lo que no hacía y siempre aspiraba a más dinero sin esfuerzo. Se presentó a doscientas cuarenta pruebas en menos de un año y las suspendió todas, pero no desesperó porque tampoco le preocupaban demasiado. Después de todo, tenía que matar el tiempo haciendo algo. Procuraba enderezar su futuro en proyectos de altos vuelos sin tener que agacharse demasiado. En su mundo, lo único realmente necesario, junto con la siesta, era un aparato de radio para seguir de cerca los partidos de fútbol.

Un día que solicitó asuntos propios, se presentó a un puesto de consultor administrativo de escala superior porque se había informado previamente sobre el sueldo base. Llegó repleto de buenas palabras y saludando con su colonia al tribunal. En una sala de juntas con fotos abstractas, respondió a cada una de las preguntas que había leído el día anterior y sorprendió a todos los presentes. No tuvo rivales. Aquel fue su día de acción de gracias.

- Enhorabuena, señor Martínez. Ha superado usted la selección.

Cosme sonrió satisfecho expandiendo sus mofletes y se levantó al momento dando las gracias. Después, más orgulloso de sí mismo que lo habitual, decidió saber la cantidad exacta que percibiría por sus nuevas atribuciones. Sin reparos, acudió a la sección de personal en la última planta del edificio y solicitó conocer el precio exacto de su esfuerzo. Fue allí donde se le cambió la cara. Sin saber cómo ni por qué, en aquel lugar sus retribuciones eran muy inferiores a las de su ocupación actual. Aquello era de nuevo otra forma de empleo precario maquillado con corbata.

Abandonó el edificio sin más dilación y con cierta repugnancia en sus facciones. Por eso nadie pudo acusarlo cuando, horas después, encontraron aquellas pintadas en los pasillos con expresiones despectivas hacia la dirección. Cosme ya estaba en casa de sus padres anudándose la servilleta sobre el cuello para el almuerzo cuando los miembros del tribunal recibieron la renuncia por escrito del opositor.

- ¿Cómo te ha ido la entrevista de hoy? –Preguntó la madre mientras le colocaba el plato de alubias.
- Pues como siempre. Mucho trabajo para poco dinero. – Contestó Cosme con la cuchara en la mano.
- Bueno hijo, no te preocupes. De momento tienes tu trabajo fijo. Si no encuentras nada mejor, pues ahí sigues. ¡No me vayas a caer ahora en una depresión por el dichoso trabajo!
- Tranquila Mamá. – Respondió antes de llevarse la cuchara a la boca.

Mientras tanto, el padre, con el periódico abierto entre sus manos, escuchó atento la conversación y empezó a buscar de nuevo las páginas de empleo del diario. Al fin y al cabo, él era el más interesado en conseguir que el hijo saliera ya de su casa, mientras murmuraba entre dientes que toda su vida sobre un andamio sólo le había valido para terminar apretándose el cinturón a la vejez, con una pensión para tres.

* Autora : Sara Coca
Administradora de "Body & Soul"

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