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Refrescos de fresa - David Villar Cembellín

Refrescos de fresa - David Villar Cembellín Hace calor aquí dentro, mucho calor...

Seguro que arriba estarán más fresquitos, con su aire acondicionado, bebiendo dulces refrescos de fresa, sin saber que aquí abajo, en este puto maletero, yo sudo como si estuviera en el mismísimo infierno. No lo saben o no les importa, lo que para el caso es lo mismo. Yo creo que de tanto beber esos deliciosos refrescos con hielo su corazón se ha contagiado de la misma frialdad.

Bah, pero me da igual... Pronto estaré en un lugar mejor, tomando los mismos refrescos de fresa que ellos beben ahora y hartándome de comer hasta que me duela la tripa. Nunca más pasaré calor, ni frío, ni hambre, ni sed, y como sé que eso será muy pronto no me importa seguir sudando un poco más.

Pero aún así qué calor hace aquí...

¡No, no pienses en eso! Piensa en otras cosas, cosas agradables... Recuerda, por ejemplo, cuando eras solo un niño y te escaqueabas de leer los libros sagrados para irte a jugar al balón con tus amigos. Recuerda cómo conseguías siempre burlar a algún mercader para sisarle alguna jugosa manzana con la que cenar. Recuerda las suaves noches en los tejados durmiendo bajo una sábana de estrellas. ¡Qué fresquito se estaba!

No como aquí...

Por cierto, ¿cuánto tiempo llevaré aquí? ¿Doce horas? ¿Veinte quizá? Igual llevo varios días y no me he dado cuenta. Resulta difícil calcular el tiempo entre tinieblas. A oscuras da la impresión de que el tiempo se detiene arrastrándonos a nosotros también. Si alguna vez has pasado horas y horas leyendo los libros sagrados sabrás a lo que me refiero.
Lo cierto es que no sé cuánto llevo pero sí se que tengo mucha hambre y mucha sed. Las manzanas y el agua que traje para el viaje hace ya muchas horas que desaparecieron y lo único que queda de ellos es un intenso olor al fondo del maletero. Me aguanté lo que pude, lo prometo, pero el autobús no se detuvo y no me quedó más remedio. De todas formas el olor no es ni la mitad de insoportable que el calor.

Este infame calor...

Hace rato que la lengua se me pega al paladar, como si ambas fueran de cartón. Lo que daría yo por un trago de agua fresca, o mejor, uno de esos refrescos de fresa de ahí arriba.
Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que vi uno de ellos. En la puerta de la mezquita de mi pueblo un chico rubio, que debía ser mayor que yo porque me sacaba la cabeza, se lo estaba bebiendo mientras observaba interesado un mendigo cojo de los que hay mil en mi ciudad. El mendigo le pedía algún dinar y él ponía cara de no entenderle mientras goloseaba lentamente el rosáceo líquido. ¡Qué cara de placer ponía cuando lo dejaba reposar en su paladar! Yo nunca había visto a nadie tomarse algo con tanta satisfacción. Me acerqué hasta donde estaba muerto de curiosidad.

- ¿A qué sabe eso? -le pregunté señalando el vaso con el dedo-.

- A fresa -me respondió el chico rubio-, es un refresco de fresa.

- ¿Me das?

- No.

Y aunque no me dio yo no me enfadé ni nada porque sé que si hubiera sido yo el propietario de ese refresco de fresa tampoco le hubiera dado a nadie y lo querría solo para mí. Por eso dejé mi ciudad, para trabajar y ganar dinero y comprar refrescos de fresa como el que se bebía aquel chico rubio, como los que se estarán bebiendo ahora las personas de arriba. Igual cuando me baje del autobús me bebo cien de una vez. Con la sed que tengo apuesto a que podría hacerlo.

Y es que ahora mismo daría años de vida por un refresco de fresa...

Como el refresco de fresa que mi hermano mayor se bebía en la foto que nos mandó el año pasado. Jo, que envidia. Me sé la foto de memoria de tanto mirarla. Aparecía mi hermano, de pié con otros dos amigos sobre una carretera, bebiéndose cada uno un delicioso refresco de fresa. Todos con camisetas nuevas y caras de satisfacción. La vida que se deben estar pegando fuera de África, pensé cuando la vi.

Por eso hice lo que hice. En mi pueblo había poco futuro y demasiada hambre. Tú en mi lugar hubieras hecho lo mismo. Colarse de polizón en un barco mercante con destino a Europa fue bastante sencillo. Además, en la bodega había todo tipo de frutas y podías soportar el calor bastante bien. Aquello sí que fue un viaje y no lo de este puto maletero. Salir del barco sin que nadie me viese y esconderme en este autobús, en cambio, fue más complicado. Apenas tuve tiempo de llevarme un par de manzanas y llenar en un lavabo un botellín de agua que encontré una papelera. No tuve tiempo ni para comprar un refresco de fresa, pero ya llegará la ocasión.

De momento, me consuela saber que voy a un sitio donde hay dinero para todos y las mujeres van medio desnudas y nadie tiene hambre y todos beben refrescos de fresa. Ese mundo de los de arriba que pronto será mi mundo. Dentro de poco también andaré entre ellos como uno más y ganaré mucho dinero y me compraré ropa bonita y ellos me mirarán con respeto y no sabrán que para llegar a su mundo tuve que esconderme en el maletero de un autobús. Será mi secreto.
Aunque ya no puedo aguantar más este calor. Incluso me mareo un poco...

¡Ey! A lo mejor alguno de los de arriba ha metido una botella de agua en su equipaje. Estará caliente como meados pero será mejor que nada.

A ver, ropa, ropa y más ropa. ¡Dios mío! ¿Cuánta ropa necesita esta gente? ¿Una para cada día? A ver en ésta. Más ropa. ¿Y en ésta? Más ropa. Y en ésta también, y en la siguiente, y en la siguiente... ¡Mierda! Ésta no puedo ni abrirla porque a alguno de los de arriba se le ocurrió que sería buena idea proteger su ropa con un candado. Hay que ser imbécil.

Nada, no he encontrado nada. Y mi sed cada vez es mayor. Nunca había tenido tanta sed que me doliera la garganta. Es insufrible. Daría media vida por un refresco de fresa, os lo juro.

Y hurgar entre las maletas ha terminado de agotarme. En mi vida me he sentido más débil. Los ojos se me cierran y no me quedan fuerzas ni para hablar. Creo que echaré una cabezadita sobre esta maraña de ropa que he dejado desperdigada. Seguro que cuando despierte ya habré llegado a ese mundo donde la gente no pasa hambre ni sed ni calores en el maletero. Ese mundo donde todos tenemos trabajo y dinero y camisetas nuevas.

Ese mundo donde todo, todo el mundo bebe refrescos de fresa...

* Autor : David Villar Cembellín

2 comentarios

myriam -

Interesante, pero esperaba un final concreto.

Cecilia -

Muy interesante y profundo. me gusta mucho.